La paz de Dios puede ser una realidad en nuestra
vida en medio de la adversidad. La paz os dejo, mi paz os doy, yo no os la doy
como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo. Juan 14:27.
Hace
algunos años, en la populosa Nueva York, un joven sentía la vida en plenitud,
era feliz, tenía juventud, una esposa a quien adoraba y la dulce espera del
fruto de su amor.
Pero una noche, mientras las enfermeras entraban y
salían nerviosas de la sala de operaciones, su querida esposa murió, dejándole
una pequeña niña. La vida de su hija había costado la vida de su compañera. El
desesperado hombre, a solas con su tragedia, se dijo llorando: "esta noche
las sombras del dolor borran de mi alma la imagen de Dios". Tiempo
después, dejando a su retoño con sus padres, se embarcó para Corea. Su
propósito era que el drama de la guerra, en toda su crudeza, silenciara el
drama íntimo de su atormentado corazón. Cinco años quedó en Asia, de tanto en
tanto recibía noticias de su pequeña.
Y un 22 de diciembre recibí un telegrama que le
desmoronó: su hija había estado al borde de la muerte por un ataque de
poliomielitis o parálisis infantil, la ciencia la había salvado pero sus
piernitas habían quedado afectadas. De inmediato, el atribulado padre hizo sus
maletas y tomó el primer avión hacia su patria.
¡Qué oscura aquella noche volando sobre el
Pacífico, qué vacío en el alma de un hombre que debe enfrentar la miseria del
dolor sin tener en su corazón la imagen de Dios! Por fin la nave aérea llegó a
la ciudad donde había pasado las horas más felices de su vida. El frio era
intenso, pero más helada estaba la esperanza en su experiencia vacía, Llegó
nerviosamente a la puerta de la casa de sus padres, luego de un momento de
vacilación llamó y su madre canosa lo recibió con un beso. Era veinticuatro de
diciembre, víspera de Navidad, al entrar al living encontró dos cosas amadas: a
la derecha, el árbol de Navidad, parecía una ironía, y a la izquierda su
pequeña hija, aguardándole apoyada en sus muletas.
El padre la miró, era largo el discurso que había
pensado para alentaría, pero frente a frente con el dolor no pudo decir nada.
¡Qué podría decir un hombre que ni siquiera tenía a Dios! Así que su hija le
habló primero, diciéndole: "¿papá, por qué me miras así?, yo sé que si hoy
no camino, tal vez camine mañana. Sabes papá, lo que más me duele de tener las
piernas duras es que ya no puedo arrodillarme noche a noche junto a mi cama
para pedir a Jesús que te cuide a ti en la guerra y a mamá en el cielo"...
El hombre comenzó a llorar, eran lágrimas sublimes, era llanto de hombre. Y su
hija mirándole con santa impertinencia le dijo: "papá no te da vergüenza
ser tan grande y militar y llorar, y además hoy no quiero que llores, hoy es
Navidad". .. Pero el padre le respondió: Hija, déjame llorar, porque estas
lágrimas son la evidencia de que esta noche en medio del dolor he vuelto a ver
en tu fe a Dios.
Y nos alejamos de la escena, ya no nos pertenece,
y al pasar frente al cristal de la ventana vemos dos sombras, tienen la misma
estatura pero una está de pie la otra, de rodillas: es una pequeña niña que ya
no podrá arrodillarse jamás, pero que con la fuerza de su fe ha puesto de
hinojos a su padre. Dos almas unidas en el espíritu de la Navidad, en el drama
inexplicable del dolor, p2ero en la gloria de 'la fe en Dios.
Una historia conmovedora pero humana.- El triunfo
de la fe sobre el dolor, la victoria de Dios sobre las sombras, una experiencia
sublime que puede ser tuya ahora y siempre si recibes a Cristo en tu corazón
como Salvador, maestro y amigo. El dijo: "Mi paz os dejo, mi paz os doy,
no como el mundo la da, yo os la doy", Déjale al Hijo de Dios el santuario
de tu vida y sentirás lo inalterable de su paz inundar tu alma, dándote serenidad,
fe y esperanza para enfrentar el drama humano del dolor
0 comentarios:
Publicar un comentario