miércoles, 14 de febrero de 2018

Mi Actitud Determina La De Los Demás


Si te quejas de que nadie te saluda, probablemente tampoco sabes saludar a los demás. Si todos te ven feo, quizá no te has dado cuenta de que vives con cara de pocos amigos.

Si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad. (Fil. 4:8).

Si te quejas de que nadie te saluda, probablemente tampoco sabes saludar a los demás. Si todos te ven feo, quizá no te has dado cuenta de que vives con cara de pocos amigos.

Te invito a que hagas un pequeño experimento: camina por la calle sonriéndole a la gente y verás que todos te sonreirán a ti. Las actitudes que tomamos repercuten sobre nosotros mismos. 

Es como un ejemplo, si llegas pateando al perro, no esperes que deje de ladrarte cada vez que llegas. 

Todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la Ley y los Profetas. (Mt. 7:12)

Lo que dices recibes.

Si el hombre quiere que su esposa lo ame y lo atienda, él también tiene que atenderla a ella. Si quiere que sea amorosa, entonces más vale que no llegue ladrando como perro rabioso, lanzando gruñidos sin ton ni son. Tenemos que ser reflejo de lo que queremos recibir de los demás.

¿Cuál es tu actitud hacia Dios?

Eso determina la actitud que Dios va a tener hacia ti. Prov. 8:17 dice: yo amo a los que me aman. Te hago una pregunta, Si tú no vas a la casa de Dios, ¿por qué ha de ir Dios a tu casa?

 


Si tú no escuchas a Dios y obedeces sus mandamientos, ¿por qué habría el de escucharte y hacer caso a tus peticiones? 

Si no le das tus diezmos a Dios, ¿por qué ha de bendecirte? ¿Cuánto de nosotros nos sentiríamos apenados con la pregunta de cuántas veces faltamos a la iglesia?

¿Cuántas amas de casa aguantarían un refrigerador que enfriara de vez en cuando? 
¿Cuántos hombres estarían conformes con un coche que falla cada vez que sale apurado en las mañanas? ¡Ningunos! Tampoco Dios. En ocasiones me dan ganas de promulgar el Día Nacional de Cero Pretexto Para ir a la iglesia.

Tendríamos que poner catres para los que les gusta dormir tarde. Para otros habría que colgar adornos de Semana Santa o Navidad, ya que esos son los únicos días que visitan la iglesia y ¡no la reconocerían sin los adornos! 

La actitud con que queremos que Dios nos trate, también hay que mostrarla hacia él, empezando por la gratitud. Fil. 4:6 nos dice, Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios con toda oración y ruego con acción de gracias.

La gratitud abre las puertas a los milagros de Dios. Puedo asegurarte que cuando Jonás estaba dentro de un pez, no se sentía en clase premier. Debe haber olido horriblemente con todos los jugos gástricos y la comida a medio digerir. 

Había estado rogando que el Señor lo sacara de ahí y nada sucedía, pero en el verso nueve del capítulo dos dice: Mas yo con voz de alabanza te ofreceré sacrificio. 

En cuanto empezó a dar gracias a Dios, ese pececito dio vuelta y se dirigió a la orilla del mar para vomitar a Jonás. 

Jesús dio gracias. 

Luego vemos a Jesús en medio del campo, frente a una multitud de personas hambrientas, ¡imagínalo! Y él no tenía más que dos peces y unas cuantas piezas de pan. Como líder de una iglesia trato de ponerme en su lugar y francamente, el prospecto es aterrador. 

Lo único que podría decir es, ¡Auxilio, Dios mío, sácame de aquí, que me van a comer vivo! Inmediatamente surgirían las quejas de entre la gente: por qué no previmos la situación y qué clase de liderazgo es ese, acompañado de las siempre presentes pero nunca bien ponderadas comparaciones: Yo que ellos… 

Es asombroso lo fácil que resulta capotear al toro desde las gradas. Sin embargo Jesús supo precisamente qué hacer: tomó el pan, y habiendo dado gracias… ¡Ah, gratitud al Señor! ¡Entonces fue cuando Dios hizo el milagro! 

Cuando resucitó a Lázaro después de cuatro días de muerto, estando ya en estado de descomposición, Jesús elevó los ojos a lo alto y dijo: Padre, te doy gracias. ¿Gracias? ¡Por qué, si estaba muerto! ¡Olía mal! Y Habiendo dicho esto clamó a gran voz: ¡Lázaro, ven fuera! En medio de nuestras de nuestras peores circunstancias tenemos que empezar a dar gracias a Dios. 

Muchas veces estamos tan mimados que no sabemos agradecer las cosas sencillas que disfrutamos cada día. 

Una pareja solicitó que orara por su hijita que estaba en el hospital. Había estado enferma toda su vida y nunca se recuperaría de su condición paralizante, ellos solamente querían que orara una bendición. Al ver aquella criatura se me hundió el alma hasta los pies. Estaba consumida hasta los pies.

Estaba consumida hasta los huesos y tenía llagas en la espalda por estar confinada a la cama tanto tiempo. Cuando salí de la habitación los padres estaban muy agradecidos, lo único que podían aspirar era una leve mejoría para que la niña no sufriera tanto. Me subí a mi automóvil y lloré delante de Dios. 

Tuve que darle gracias por la salud de mis hijos y el hecho de que nunca había tenido que verlos sufrir en un hospital de esa manera. 

Si tú eres una de esas personas que dicen no tener nada de qué darle gracias a Dios, te invito que vayas a un hospital y veas a las personas conectadas a los aparatos de vida artificial para que sientas gratitud por tu capacidad de disfrutar del aire que respiras. 

Que veas aquellos que por algún accidente han perdido la vista y nunca jamás volverán a ver el rostro de sus hijos o la puesta del sol. Te aseguro que sentirás gratitud por el don de la vida. 

Te invito a visitar alguna persona que ha perdido una de sus extremidades para que puedas darle gracias por tu capacidad de desplazarte y extender los brazos para estrechar a tus seres amados. ¡Hay tanto que agradecerle a Dios! 

Si fueras a un hospital infantil y contemplaras la angustia de un padre que llora por un bebé que está en agonía, seguramente te inundaría un alivio y una inmensa gratitud hacia Dios por tus hijos, esos chamacos malcriados que a menudo te hacen jalarte los cabellos y peder la calma, sin embargo dirías, Señor, no me vuelvo a quejar, ¡Gracias por su salud! 

Tu actitud es contagiosa. 

Es como cualquier virus, ¡se pega! ¿Has observado que las parejas que tienen muchos años de casados se asemejan con el tiempo?

Eso sucede de tanto verse las malas caras ¡Se vuelven iguales! Si quieres tener una pareja atractiva, ¡Sonríele! Tu actitud es contagiosa. 

Pablo fue apedreado, golpeado, dejado por muerto, sufrió naufragio, le picaron víboras venenosas, fue criticado, corrido, aprisionado y abandonado. 

¿Pero cuál fue su actitud? Antes en todas estas cosas, estas leves tribulaciones momentáneas producen en mí cada vez más un excelente y eterno peso de gloria.

Tenemos que tener una actitud contagiosa, ser personas maduras que enfrentan la vida con dignidad en vez de echarnos al suelo dando de patadas o hacer pucheros porque nos faltó el dulce favorito. Aprender de los golpes y ser un ejemplo que valga la pena seguir. 

Libro: Una Actitud Que Abre Puertas.

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