Cuando estuve en el palacio de Buckingham, el príncipe Felipe me
preguntó: ¿Qué podemos hacer con la delincuencia aquí en Inglaterra?
Le contesté: “Mandar a
más niños a la Escuela Dominical“. Pensó que estaba bromeando. Pero le
señalé un estudio del sociólogo Christy Davies que revelaba que en la primera
mitad del siglo XIX la sociedad británica se caracterizó por altos niveles de
delincuencia y violencia, las cuales disminuyeron dramáticamente a finales de
siglo XIX y principios del siglo XX.
¿Qué hizo cambiar el carácter de toda una nación?
Durante ese período la asistencia a la Escuela Dominical se
incrementó gradualmente; para 1888, un 75 por ciento de los niños en Inglaterra
asistía a la Escuela Dominical.
Desde entonces, la asistencia ha ido declinando, coincidiendo
con un incremento de delincuencia y desorden. Si llenamos las Escuelas
Dominicales, cambiaremos los corazones y restauraremos la sociedad.
¿Quiere decir eso que nuestros
hijos nunca se van a extraviar?
No, significa que se darán cuenta de la verdad que se les
enseñó, recordarán la alegría de estar “en la
casa del Padre” y
volverán, porque sabrán que son bienvenidos.
Si te fijas, al padre del hijo pródigo no
se le acusó de haber descuidado a su hijo.
Él fue un gran modelo a seguir. Sustentó a sus hijos económica y
emocionalmente y los guió sin forzarlos a que entraran por el aro.
Les dio la libertad de equivocarse y un lugar por si querían
regresar.
Lo que marca la forma de educar a nuestros hijos es la actitud
que adoptamos ante ellos.
Es posible que tu hijo esté “totalmente
apartado”, pero necesita saber que lo amas, que oras por él y
que lo acogerás si vuelve a casa.
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