No está demás decir que Jesús habló como
nunca nadie habló antes ni después. Sus palabras tenían un significado
espiritual de kilates inapreciados por los hombres de su generación.
No está demás decir que Jesús habló como nunca
nadie habló antes ni después. Sus palabras tenían un significado espiritual de
kilates inapreciados por los hombres de su generación. Sus propios discípulos
repetidas veces alteraron el trasfondo de sus enseñanzas y fue necesario que el
paciente Maestro les mostrara el correcto sentido de las palabras.
Estamos frente a una de sus frases más excelsas.
El dijo: “Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por
heredad”.
La mansedumbre es una de las virtudes más
difíciles de encontrar en nuestros días, todos estamos vitalmente exasperados
por el vértigo de la vida moderna, la irritabilidad es un mal creciente que nos
ofusca y nos proyecta al plano social minados de intolerancia y agresividad.
Además la lucha por la vida se ha transformado en
un conflicto de ambiciones donde triunfa el que tiene mayor sentido de la
oportunidad o el que tiene más afiladas sus egocéntricas garras. En el orden
mundial los pueblos coquetean con la guerra produciendo un estado de
hipertensión colectiva que aumenta la aspereza y nos ponen a la defensiva de
algo que es más imaginativo que real.
En el plano espiritual el hombre consumido de
dudas e incertidumbre intenta contrarrestar su estado de calamitosa depresión
adoptando una posición falsamente agresiva y sarcástica de todo lo
trascendente, viviendo la falacia de una personalidad combatiente que lucha por
destruir el clamor del espíritu, ahogándolo con cinismo y desprecio por todo lo
que es quietud, meditación y profundidad.
Se vive en la superficie por temor a encontrar en
las aguas tranquilas y transparentes de la mansedumbre la imagen de nuestras
miserias o el espectro de nuestra frustración.
Cristo dijo: “Bienaventurados los mansos”. La
mansedumbre no tiene aquí la significación gramatical solamente, la
terminología del supremo Maestro se adentra en las profundas actitudes del
espíritu descubriendo y proclamando la felicidad de un estado sereno de
meditación, al margen de los acaloramientos pasajeros, sumidos en el letargo de
una posición contemplativa de las profundidades de la vida, de la experiencia y
de Dios.
El creador no espera del hombre una sumisión
coercitiva, no somos autómatas sino criaturas, creadas a su imagen, pero si
quieres vivir una constante y decisiva bienaventuranza debes llegar al pie de
la cruz para recibir de su muerte y sacrificio la redención de todas tus
limitaciones, para que, cayendo la escoria de una agresividad defensiva de tus
conflictos, puedas vivir la serena grandeza de una mansedumbre que tiene mucho
de victoria, pues es el triunfo de Dios sobre la inestabilidad de tus traumas y
zozobras, es la emoción de sentir existencialmente la complementación de todos
los valores de la vida fundidos y sublimados a Dios.
Fuente: Meditaciones trascendentes
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