
Hay dos
principios que operan en este mundo. Cada persona vive bajo uno de estos dos
principios. Seguramente muchos no lo reconocen, pero en este momento tú, yo y
todas las personas del mundo estamos viviendo bajo uno de estos principios, que
guían nuestra manera de pensar, de sentir y de actuar.
El
primero es el principio de la ley. El principio de la ley es
muy sencillo. Si haces lo que debes hacer, si obedeces, te irá bien. Por lo
menos, evitarás un castigo; puede ser que incluso recibas algún beneficio. Por
ejemplo, si manejas por la carretera sin violar las leyes de tránsito,
generalmente evitarás una multa.
Durante mi adolescencia, recuerdo que mi padre llegó un día a la casa con una
noticia. "¿Saben lo que recibí hoy?" - nos preguntó. "¡Recibí mi
reconocimiento por buen ciudadano!" En aquel lugar se enviaban
reconocimientos a todos los que duraban cierto tiempo sin cometer ninguna
infracción. Le pregunté si el reconocimiento incluía algún premio monetario.
Cuando me dijo que no, perdí el interés. Pero bueno, algo es algo. Peor es nada.
Así
es que funciona la ley. Funciona en base a lo que te mereces.
Es un principio que se extiende a cada parte de nuestra vida. En la familia, es
la base de la disciplina de los hijos.
En el trabajo, define la relación entre patrón y empleado. Si haces el trabajo,
recibes tu salario; si no cumples con las instrucciones, puedes terminar
despedido.
Dios también dio leyes a su pueblo. Eran leyes muy buenas. Si se obedecían,
habría bendición. La sociedad prosperaría. Todos vivirían en armonía. Por esto,
Dios dijo a su pueblo: "Observen mis estatutos y mis preceptos, pues todo
el que los practique vivirá por ellos. Yo soy el Señor. " (Levítico 18:5)
Dios le dio a su pueblo una ley que era perfecta para ellos, y luego les
prometió vida a través de estos mandamientos. ¿Cómo llegaría esa vida?
Solamente llegaría por medio de la obediencia. Así es que funciona la ley: la
obedeces, te portas bien, y recibes los beneficios. ¡Fácil! ¿No?
Sólo
hay un pequeño problema con el principio de la ley. Este principio es esencial para las
sociedades humanas; sin leyes, la sociedad se convertiría en un caos. Pero el
problema con el principio de la ley es que nosotros, los seres humanos, somos
débiles. Dios nos promete vida si obedecemos toda su ley, pero ninguno de
nosotros ha sido capaz de hacerlo.
El reformador Martín Lutero se guió por el principio de la ley. Cuando era
joven, fue sorprendido un día por una fuerte tormenta. En medio de los rayos y
truenos que lo rodeaban, asustado y desesperado, gritó: "Santa Ana, si me
salvas de esta tormenta, ¡me haré monje!" Poco a poco se calmó la
tormenta, y él abandonó la carrera de leyes que llevaba para convertirse en
monje.
¿Te das cuenta de la manera en que funcionó el principio de ley en la vida de
Lutero? Creía que tenía que hacer algo para merecer algo. Si quería ser salvo
de la tormenta, tendría que dar algo a cambio. Es como un trueque. A cambio de
algún sacrificio, Dios nos concede su perdón, su bendición o la petición que
levantamos en oración.
Sin embargo, como monje, Lutero no logró encontrar la paz. Nunca sentía que lo
que hacía era suficiente. Dormía en el suelo de su celda sin cobija durante el
frío invierno, se confesaba constantemente y trabajaba arduamente. Sin embargo,
nunca sintió la seguridad de haber hecho lo suficiente.
En realidad, cuando vivimos bajo el principio de la ley, ¿cómo podemos hacer lo
suficiente? Siempre hay algo que no hemos hecho; alguna ley que hemos
quebrantado, o algún bien que hemos dejado de hacer. Seguramente podríamos
haber orado más, podríamos haber ayudado a más gente, podríamos haber dado más
para ayudar a los pobres. ¿Cuánto es suficiente?
La solución al problema llegó cuando Lutero descubrió en la Biblia el otro
principio de vida, que es el principio de la gracia. El siempre había pensado
que la gracia de Dios es algo que nos ayuda, pero que nosotros tenemos que
poner mucho de nuestra parte. En otras palabras, después de que nosotros nos
esforzamos hasta más no poder, Dios nos da lo que falta.
La revelación le llegó cuando finalmente comprendió Romanos 1:17. La traducción
Dios Habla Hoy lo expresa así: "Pues el evangelio nos muestra de qué
manera Dios nos hace justos: es por fe, de principio a fin. Así lo dicen las
Escrituras: 'El justo por la fe vivirá.' " Lutero se dio cuenta de que la
justicia de Dios es un regalo. No es algo que podemos ganar.
Lo que viene por ley es ganancia, es merecido; pero lo que viene por gracia es
un regalo inmerecido. En Jesucristo se da a conocer la gracia de Dios, porque
todo lo que El nos ofrece se recibe como un regalo. El no nos exige que
trabajemos para merecer su perdón y su amor; de hecho, no lo podemos ganar.
Sólo lo podemos recibir por fe, como un regalo de gracia.
Muchas
veces tratamos de mezclar la ley con la gracia. Así había
pensado Lutero antes: trato de obedecer la ley, haciendo todo lo debido, y la
gracia me ayuda. ¿Alguna vez has tratado de mezclar el aceite con el agua? ¡No
funciona muy bien! ¿verdad? De igual modo, la ley y la gracia no se pueden
mezclar.
En cierta ocasión, el apóstol Pablo tuvo que confrontar al apóstol Pedro sobre
este asunto. Pedro llegó a visitar a la Iglesia en Antioquía. Allí tenía
compañerismo con todos los creyentes, tanto judíos como gentiles. Cenaba y
convivía con todos. Pronto, sin embargo, se presentó un problema.
Llegaron algunos representantes de la Iglesia en Jerusalén, una Iglesia
compuesta principalmente de judíos. Bajo presión de ellos, Pedro se retiró del
compañerismo con los gentiles y sólo se juntaba con los judíos. Debido a su mal
ejemplo, los demás judíos también se separaron de los gentiles a la hora de
comer.
Podríamos ver esto como un caso de discriminación, y lo fue. Pero Pablo
reconoció que algo más estaba pasando. Se trataba, en realidad, de una
confrontación entre la ley y la gracia. Al separarse de los gentiles, Pedro
estaba volviendo al legalismo judío. Se estaba portando como si el hecho de
separarse de los gentiles lo hacía más aceptable ante los ojos de Dios.
Pablo
lo regañó fuertemente. Gálatas 2:16 registra lo que le dijo a
Pedro: "Al reconocer que nadie es justificado por las obras que demanda la
ley sino por la fe en Jesucristo, también nosotros hemos puesto nuestra fe en
Cristo Jesús, para ser justificados por la fe en él y no por las obras de la
ley; porque por éstas nadie será justificado."
Tratar de obedecer la ley de Dios no logra justificar a nadie. La ley sólo nos
puede condenar. La única manera de llegar a estar bien con Dios es en base a su
gracia. Sólo su gracia nos puede justificar. Esa gracia llega a nuestras vidas
por medio de la fe, de lo cual hablaremos más la próxima semana.
¿De qué, entonces, sirve la ley? La ley es como el espejo de un dentista. Aquel
pequeño instrumento que él usa para examinarnos la boca revela las caries que
perjudican la salud de nuestros dientes. Es un instrumento muy útil; pero jamás
se ha curado una caries con el espejo del dentista. El espejo revela el
problema; pero sólo el taladro y la amalgama lo resuelven.
Más adelante en Gálatas 2, en el verso 19, Pablo dice: "Yo, por mi parte,
mediante la ley he muerto a la ley, a fin de vivir para Dios." La ley le
había hecho ver a Pablo que era pecador, pero también le había revelado que sus
esfuerzos por perfeccionarse y ganar la aprobación de Dios eran inútiles. Jamás
podría ser perfecto, jamás podría merecer el amor de Dios, jamás podría ganarse
el cielo.
Por lo tanto, murió al esfuerzo de obedecer la ley por su propia cuenta, para
poder vivir para Dios. Entonces dice, en el verso 21: "No desecho la
gracia de Dios. Si la justicia se obtuviera mediante la ley, Cristo habría
muerto en vano." Si la ley fuera suficiente, Cristo no habría tenido que
morir. Pero la ley no pudo salvarnos, porque somos débiles. Por lo tanto,
dejando a un lado la ley, Dios nos ofrece la salvación por su gracia.
La salvación es por gracia, y sólo por gracia; no es gracia más otra cosa. Es
la gracia nada más. Esto se convirtió en uno de los principios básicos de la
Reforma protestante, conocido como sola gratia. Dios nos salva, nos acepta y
nos tiene de pie ante El solamente por su gracia.
Un hombre daba su testimonio en un culto. Habló de cómo Dios había conquistado
su corazón y lo había librado de la culpa y el poder del pecado. Habló de
Cristo y su obra, pero no dijo nada acerca de su propio esfuerzo.
Cuando terminó su testimonio, el líder de la reunión se levantó para hacerle
una pregunta. Este hombre era algo legalista, así que dijo: "Nuestro
hermano nos ha hablado de lo que hizo el Señor para salvarlo.
Cuando yo me convertí, tuve que hacer muchas cosas por mi propia cuenta antes
de esperar que el Señor me ayudara. Hermano, ¿no hizo usted su parte antes de
esperar que Dios hiciera el suyo?"
El que había dado su testimonio le respondió: "Es cierto. ¡Se me olvidó!
No les conté de la parte que yo tuve que hacer, ¿verdad? Bueno, yo hice mi
parte durante más de treinta años, corriendo en mis pecados para alejarme lo
más posible de Dios. Esa fue mi parte. Y Dios me persiguió hasta que me alcanzó
con su gracia. Esa fue su parte." Así es la gracia de Dios.
Ahora déjame preguntarte: ¿bajo cuál principio estás viviendo tú? ¿Vives bajo
la ley, esforzándote constantemente por agradar a Dios, pero jamás seguro de
haber hecho lo suficiente? Hermano, nunca será suficiente. Recibe hoy la gracia
de Dios. Descansa en su gracia, que El te ofrece en Jesucristo. Su sacrificio
en la cruz es suficiente. Confía en El.
Fuente: sigueme.net
0 comentarios:
Publicar un comentario