Para nadie es un misterio que
la manera de distribuir y difundir las producciones musicales ha migrado desde
el entorno físico al entorno virtual a una velocidad vertiginosa en la última
década.
Las
grabadoras de casetes y los tocadiscos ya pasaron a engrosar las listas de los
museos, junto a los fonógrafos y gramófonos.
Si a
comienzos de los ’80s nos asombraba la claridad del sonido obtenido desde un
disco compacto digital — pasando de la tecnología magnética a la óptica — hoy
en día nos abruma la sobreabundancia de archivos digitales en pleno reinado de
la música “en la nube”, con acceso a través de Internet desde
cualquier dispositivo adecuado, y desde virtualmente cualquier punto del
planeta.
Esto ha
implicado que el enfoque del mercado musical también vaya cambiando, desde el
antiguo esquema de lanzar un álbum y anunciar giras para promover la venta de
discos, a la nueva norma de lanzar una gira y “viralizar” canciones para
promover la venta de entradas.
Tampoco
es un descubrimiento reciente que los estilos musicales van evolucionando en el
tiempo y ganando admiradores de un cierto rango de edades, como también se van
entremezclando entre sí, dando origen a nuevas expresiones tanto regionales como
internacionales.
Hace
unos días mi esposa buscó en YouTube algo de “música cristiana juvenil” y la
lista de reproducción que encontró contenía muchas canciones de hace 5 o más
años atrás, bastante lentas y conservadoras para mi gusto, pero que seguramente
en su momento resultaron innovadoras o revolucionarias para quien las
seleccionó.
Aunque
las clasificaciones por humor/modo/ánimo son bastante inexactas, la radio en
Estados Unidos y el Reino Unido — principalmente — han marcado la historia con
designaciones genéricas como “CHR” (Contemporary Hit Radio) o “top 40”, que
corresponde al cúmulo de música más popular y aceptada socialmente a nivel
universal (incluyendo estilos pop, rock, urbano, etc.), y “AC” (Adult
Contemporary), que en general corresponde a la música melódica y las baladas, y
que en el caso del góspel tradicional, más conservador, también se asocia con
la designación “Inspo” (Inspirational).
Por
supuesto que hay muchas otras designaciones intermedias, variantes y
transiciones, que puedes conocer a través de las listas de Nielsen Soundscan o
de Billboard.
También
la era digital nos entrega cada vez más herramientas para compartir música
legalmente y cada vez son más los artistas que ponen a nuestra disposición sus
contenidos basados en la fe a través de distribuidores formales y redes
sociales.
Esta
verdadera “explosión” de nueva música cristiana disponible — en los más
variados estilos musicales — es auspiciada por la gran facilidad para realizar
grabaciones con equipos computacionales y micrófonos de bajo costo. Pero
afortunadamente la mayoría se da cuenta de que esta fórmula sirve como primer
peldaño solamente y luego es muy recomendable mejorar el nivel de producción
incorporando instrumentos musicales orgánicos y nobles, procesamiento análogo
en vez de digital, mezcla y masterización, todo en busca de la excelencia en el
resultado.
Pero en
la práctica, ¿qué usos podríamos darles a las listas de reproducción en Apple
Music, Spotify, SoundCloud, YouTube y otras? Se me ocurre que los equipos de
adoración de las congregaciones podrían organizar su repertorio y tener allí
las canciones que más tocarán, para que los músicos, cantantes, proyeccionistas
y directores las repasen durante la semana.
Incluso
cada creyente puede aportar su gota de agua en el océano con colecciones de
canciones que sirvan de alternativa a las bandas y artistas populares, usando
las etiquetas (tags) adecuadas para que el usuario general se encuentre con ellas.
Sin
duda la creatividad ayudará a encontrar otras opciones, como también los harán
las eventuales mejoras a estos servicios por parte de los proveedores,
recordando que los medios no son buenos o malos en sí mismos, sino que son
simples herramientas a las que puede dárseles buen uso… idealmente.
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