“A veces, el
que llevan la contraria a los padres no es un sentimiento real, sino una
estrategia para alcanzar la independencia y lograr construir su identidad
personal.
El dilema
es, ¿cómo acompañarlos en esta nueva etapa sin invadirlos?, ¿cómo protegerlos
sin abrumarlos?, ¿Cómo respetar sus silencios sin abandonarlos? Lo más
importante es dar crédito a sus palabras y no dar la espalda”. (Revista Familia
de El Comercio)
Nuestros hijos, de acuerdo con cada edad, demandan nuevas cosas según van
requiriendo sus necesidades. Tal es así que lo que demanda un niño de 5
años no será lo mismo que uno de 13 años. Los adolescentes, de acuerdo a lo que
hemos analizado en cuanto a sus características y necesidades, esperan:
A. Tolerancia.- Según el diccionario se define como: Respeto a las ideas, creencias o
prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias.
Como ellos están definiendo sus propias ideas y gustos, son muy cambiantes o
volubles, mas aún así quieren ser respetados.
Los padres debemos aprender a no ser autoritarios, absolutistas, posesivos ni
indiferentes. Más bien, tenemos que acompañarlos durante esta nueva etapa.
B. Flexibilidad.- Susceptible de cambios o variaciones según las circunstancias o
necesidades. Horario, programa flexible.
No obstante de que en casa y fuera de casa haya un orden establecido, con las
normas o esquemas de comportamiento, como padres, debemos aprender a ser flexibles
sin perder credibilidad y autoridad en lo que es negociable, pero principios y
valores jamás se deben negociar.
C. Consistencia.- Es necesario tener una congruencia de lo que impartimos a nuestros
hijos con lo que vivimos. Cuenta una historia que un hombre regresó a su
hogar ya entrada la noche durante un invierno frío, tomó botellas de licor y
salió en busca de sus amigos para seguir tomando. Después de unos minutos,
sintió que alguien lo observaba. Al voltear miró a su pequeño hijo, quien
saltaba sobre las pisadas del padre en la nieve. El hombre, lleno de ira,
le gritó que regrese a casa. El niño contestó: “Papi, estoy siguiendo tus
pasos”.
Hay inconsistencia entre lo que dicen los padres, los maestros, los
pastores, los líderes; hay inconsistencia entre lo que se dice y lo que se
vive; hay inconsistencia en la forma de ejercer la autoridad y establecer las
reglas. Hay un gran abismo que separa los valores, los principios, la ética
moral con la actitud y estilo de vida que rodea a los adolescentes: Padre
que establece normas que él no cumple, padre que exige valores morales que él
no vive, madre que no respeta la autoridad del padre, líder que enseña con
palabras pero sus hechos gritan otra cosa, líder que dice amar a un joven pero
se enseñorea de él.
Los adolescentes por doquier hallan la inconsistencia: en casa, en la
iglesia, en el colegio. Tienen hasta tres versiones sobre un asunto y
esto les produce frustración y desánimo. La inconsistencia produce en
ellos, como reacción, rebeldía y rechazo a la autoridad. Cabe preguntarnos:
¿cuántos de los problemas de nuestros hijos adolescentes tienen su origen en la
inconsistencia?
Ante esto, hay que ofrecerles o presentarles a alguien que sí manifiesta
consistencia: Dios, quien se ha revelado como un Dios consistente, en Él no hay
mudanza, ni siquiera sombra de variación. Él ofrece de esta cualidad a
quien lo busca, en Él está la fuente.
Más allá de nuestras palabras, nuestros hijos aprenden de lo que vivimos.
Difícilmente un hombre logrará efecto sobre sus hijos, diciéndoles que no
tomen, cuando cada semana sale a tomar, o pedirles que no fumen por los efectos
a su salud, cuando nosotros mismos fumamos. Como padres tenemos una autoridad
natural, pero los chicos necesitan ver nuestra autoridad moral. Seamos
responsables de nuestras palabras y promesas; ellos confían en que se cumplirá.
Aún habiendo fallado, ellos siguen confiando, ¡no los defraudes!
D. Comparaciones.- Como los adolescentes están definiendo su valía
e identidad, les afecta profundamente el ser comparados, entre hermanos o con
otros, lo que causa en ellos una herida. Lo reciben como un rechazo, como
si ellos nunca pudieran lograr llenar las expectativas que sus padres tienen
sobre ellos, cerrando así su corazón y con riesgo a que se dé un aislamiento
progresivo. Es aquí cuando más necesitan nuestra aceptación, aprobación y
acompañamiento; debemos demostrar con nuestras acciones el amor que declaramos.
E. La expresión del amor.- La necesidad básica en el ser
humano es la de sentirse amado, y en nuestros jóvenes no cambia, pero debemos
reconocer que en la adolescencia nuestros hijos nos pasan la cuenta de la
infancia y con creces. Una buen infancia me da una buena adolescencia.
Si, como padre o madre no aprendí a expresar mi amor durante la infancia, será
muy difícil hacerlo durante la adolescencia, mas aún así debe lograrlo.
Un joven que no se siente amado concluirá que es un accidente, que nació
por casualidad, lo que afectará directamente su autoestima y le expone a buscar
fuera de casa lo que no tiene, con tendencias a ser una persona emocionalmente
dependiente.
Entendamos que la forma de expresar el amor en un adulto es muy diferente a la
necesidad en cómo lo percibe un joven. Para un adulto pagar las cuentas
de su hijo, darle educación es una prueba de amor; para un joven esto es
obligación. Para él, amor se traduce en tiempo es decir, “acéptame,
escúchame, abrázame”.
“Porque yo derramaré aguas sobre el sequedal, y ríos sobre la tierra árida; mi Espíritu derramaré sobre tu generación, y mi bendición sobre tus renuevos” Isaías 44:3,4
Fuente: radiohcjb.org
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