Dios
tiene el control de nuestra vida aunque generalmente obra con socios humanos y
a través de ellos. Creo que él se ha impuesto a sí mismo la regla de no obrar
en el contexto de la humanidad sin un socio humano.
Dios está presente en cada sanidad aún cuando
ésta cause dolor
Comenzamos con la afirmación de que solamente
existe un Sanador en el universo: Dios. Así como toda forma de vida tiene su
origen en Dios, creo que toda sanidad tiene su origen también en él, aún cuando
en esta sanidad participen como agentes personas incrédulas.
Dios tiene el control de nuestra vida aunque
generalmente obra con socios humanos y a través de ellos. Creo que él se ha
impuesto a sí mismo la regla de no obrar en el contexto de la humanidad sin un
socio humano.
Por ejemplo, creo que ningún nacimiento humano es
simplemente el resultado del proceso físico de la relación sexual. Dios está
involucrado en todo el proceso de la concepción.
Él es el único que puede dar la vida. De la misma
manera, sólo Dios puede reparar esas partes del proceso vital que se han salido
de su curso. Sin embargo, como ocurre con la mayoría de las demás cosas que
Dios hace en el mundo, Dios generalmente utiliza instrumentos humanos para
sanar.
Nuestra mentalidad occidental nos lleva a
establecer una dicotomía entre lo que hacemos los seres humanos, y lo que Dios
hace.
Si intentamos explicar algo como la sanidad en
términos de actividad humana “natural” (tal como el uso de medicinas, cirugía o
consejería humana), generalmente suponemos que Dios no participa en el asunto.
Pero esto no es cierto.
En realidad Dios está involucrado y participa de
cada faceta de la experiencia humana (la medicina, la sicología), ya sea que
reconozcamos o no su presencia.
Es él quien hace que la medicina y los
procedimientos quirúrgicos sean efectivos; el que hace posible la sanidad de
profundo nivel en los problemas emocionales y espirituales. Estos procesos no
funcionan automáticamente.
Dios está
presente en todo lo que necesita la gente, aún si los medios son medicinas o
personas, y aunque podamos explicar científicamente la parte humana del proceso.
Dios incluso utiliza el quebranto humano como plataforma de dos importantes
dimensiones del deseo de Jesús de dar libertad a su pueblo. En primera
instancia, Dios utiliza el dolor –ya sea físico, emocional o espiritual– para
alertar a su pueblo sobre su necesidad de ministración.
Cuando las personas están soportando un dolor intenso generalmente están más
dispuestas a permitir que el Señor se acerque y las ayude. La mayoría de
quienes acuden en procura de sanidad de profundo nivel llegan sin esperanzas.
A menudo han buscado consejería profesional u otras instancias para resolver
sus problemas pero sus esfuerzos han sido en vano. Ciertamente han vivido por
largo tiempo con un grave sufrimiento.
Al final llegan a la fuente de toda sanidad: Jesús.
Una segunda e importante manera en que Dios utiliza el quebrantamiento es
provocando un mayor grado de intimidad con él.
Una y otra vez escuchamos informes de muchas personas, según los cuales, la
sanidad física o emocional que recibieron comenzó con la profundización
(intimidad) que ocurrió en su relación con el Señor Jesucristo.
Estas personas reconocieron que Dios había usado un sentimiento profundo en su
corazón para acercarlas a Él, induciéndolas a buscar la sanidad en Cristo.
Este es el caso del joven Yeimy, por ejemplo, quien acudió a nosotros en medio
de su profundo dolor. Había tenido problemas estomacales por casi dos años y se
había sometido a numerosos exámenes médicos.
Incluso había recibido ayuda sicológica durante varios meses sin ningún
resultado. Entre todas las cosas descubrió que su estómago empeoraba cada vez
que sus padres iban a visitarlo.
Después de pedir al Señor que nos diera su dirección, sentí que debía
preguntarle a Yeimy cómo era la relación con sus padres.
En un principio Yeimy dijo que él y sus padres siempre habían tenido una buena
relación. Habló con cariño del hecho que su padre fuera el entrenador de su
equipo en la Pequeña Liga porque siempre asistió a sus juegos de béisbol y de
básquetbol durante sus años de estudiante.
Le pregunté si recordaba haber tenido problemas estomacales durante esos años.
Se quedó pensativo por un momento, y luego, como si fuera una revelación,
algunos recuerdos de los cuales no había sido conciente volvieron a su mente.
“Aunque no era tan intenso como lo es ahora –dijo–, recuerdo que sentía un nudo
en mi estómago antes de cada juego, especialmente cuando mi padre estaba
presente”.
Al continuar preguntándole, Yeimy me habló de un padre que nunca parecía estar
satisfecho con nada de lo que él hacía, ya fuera en los deportes o en cualquier
otra área de la vida.
Recordó el terror que sentía ante la idea de fracasar en el deporte o en el
estudio. También, al aproximarse la fecha de su boda, y luego cuando nació cada
uno de sus hijos, había sentido lo mismo.
Peor aún, ahora era obvio para él que su problema estomacal empeoraba cada vez
que se sentía ansioso por las reacciones de su esposa respecto a ciertas cosas
que él planeaba realizar.
Durante la hora siguiente, o algo así, pude ayudarle a comprender las raíces de
varios de los problemas de su padre y los efectos que tuvieron sobre él.
Su padre había sufrido una profunda frustración en su temprana edad. Fracasaba
con frecuencia y rara vez se le reconocía o se le elogiaba cuando hacía algo
bien.
Habiendo vivido con un complejo de culpa durante su vida pasada, el padre
presionaba a su hijo a tener éxito pero no le proporcionaba afecto o siquiera
aceptación cuando lo lograba.
Felizmente, Yeimy era un joven exitoso, de modo que rara vez tuvo que soportar
la ira de su padre. Sin embargo, antes de cualquier evento su imaginación lo
mantenía cautivo al pensar lo que podía haber ocurrido si le hubiera fallado.
Yeimy pudo comprender que tanto él como su padre eran víctimas, y le permitió a
Jesús que cambiara su actitud hacia sí mismo, y hacia su padre y su esposa.
Entonces tuvo la capacidad de perdonarse y perdonarlos. También pudo admitir
que tenía resentimiento contra Dios y perdonarlo por permitir que todo esto
ocurriera. (El concepto de liberar el enojo contra Dios y luego la acción de
perdonarlo es controversial)
A medida que el Espíritu Santo trató asunto tras asunto, permitiéndole a Yeimy
visualizar a Jesús en varios de los acontecimientos más memorables que vivió,
su dolor estomacal se hizo más y más tenue.
Cuando éste desapareció totalmente supimos que habíamos avanzado lo suficiente
en esa sesión. Aunque había que tratar con otras cosas en sesiones posteriores,
el problema estomacal y el cautiverio espiritual que evidenciaba, jamás
reaparecieron. ¡Yeimy fue liberado!
Un beneficio adicional que puede producir la sanidad del quebrantamiento
espiritual es que el beneficiario a menudo desarrolla una disposición para un
ministerio de ayuda a los demás en esa área.
Muchos de mis colegas ministros han hecho tránsito de la experiencia de sanidad
en ellos mismos, ayudando luego a otros en un compasivo ministerio cristiano.
Este hecho concuerda con lo que se afirma en 2 Corintios 1:4, que “[Dios] nos consuela en
todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los
que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que
nosotros somos consolados por Dios”.
El hecho de que hayamos recibido la ayuda de Dios es una poderosa motivación
para ayudar a otros que están sufriendo.
Quienes han sido sanados de profundas heridas son generalmente muy efectivos en
el ministerio de consolar, aun cuando su propia sanidad todavía no esté
completa.
Como resultado de nuestro dolor y de la sanidad que recibimos, podemos ofrecer
a otros la esperanza de que sus pruebas valgan la pena.
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