Fue condenado a una muerte temprana a causa de
un mal congénito que llevó a la tumba a su madre y hermanos. Antonio Gabriel
Yumbo Mofuman, natural de Guinea Ecuatorial, salvó milagrosamente de una
enfermedad que consumía sus riñones. Se hizo predicador de la Palabra del
Señor. Está vivo para contar aquella maravilla de Dios.
Meses o quizás solo días le quedaban a Antonio luego de
comprobar que padecía la misma enfermedad que mató a su madre y hermano. La
fría sala de un hospital era el lugar del diagnóstico final: su pronta muerte.
Acurrucado sobre el hombro de su hermana,
el joven lloró cuando supo la noticia. Su condición era grave, tenía los
riñones totalmente afectados; sin embargo, para sorpresa de los médicos seguía
con vida. Era el año 2003 y, para entonces, Antonio era un siervo de Dios.
Enfrentó su sombría enfermedad en silencio y de rodillas, a los pies del
Salvador.
Antonio Gabriel Yumbo Mofuman nació en
Guinea Ecuatorial, un país asolado por la corrupción y la pobreza extrema en el
continente africano. El último hijo de la familia vivió en las condiciones más
humildes en una casita en el pueblo de Mokoga, distrito de Bata.
Abandonado por su progenitor, quien era
extranjero y poseía otra familia, tuvo una infancia con mucho sufrimiento. Cada
día era una lucha constante para su madre, quien tuvo que cargar la
responsabilidad de cuidar sola de sus menores hijos. La extrema pobreza obligó
a los hermanos mayores a salir a buscar un trabajo para conseguir la comida.
A los doce años, Antonio enrumbó su propio
camino. Ayudar a su familia se convirtió en su motivación de vida. Dejó la
escuela y comenzó a trabajar realizando ciertas actividades que le permitían
llevar un pan a la mesa de su hogar. Aunque los pesados sacos en el puerto
maltrataran su espalda, el preciado pago en monedas o pescados aliviaba su
dolor.
Parte del día recorría el puerto, unas
veces cargando sacos de caracol, pescados, u otra especie marina; otras veces
ayudaba a los pescadores a tirar las redes. En casa no había forma de
sobrevivir y debía buscar el modo de salir adelante.
TIEMPO DE ROBAR
Sin embargo, la calle no solo le enseñó a
trabajar. En el vaivén de la vida el niño tropezó con gente de mal vivir que
entorpeció su camino y lo hizo mirar lo ajeno. Llegó a formar parte de un grupo
de delincuentes llamados “los mogdoni”, que cargaban mochilas para robar en los
supermercados.
La policía les rastreaba las huellas y
capturó uno por uno a sus cómplices, pero Antonio nunca fue detenido y siguió
robando unos meses más, hasta que su hermano mayor lo llevó a estudiar en
Malabo, la capital de Nueva Guinea, en busca de un mejor futuro. Cansado de la
vida delincuencial aceptó la propuesta.
LA MUERTE ALLÍ
Poco o nada le duró el cambio. A los pocos
meses, abandonó nuevamente sus estudios y volvió a su pueblo para cuidar de su
madre, que había enfermado y permanecía postrada en cama.
Dejando de lado las consultas médicas, la
madre había preferido a curanderos y brujos, quienes culpaban del mal al enfado
de su abuelo muerto hace un tiempo. ¿Cómo podía eso ser una razón para su
padecimiento? Había consultado a más de 10 brujos, pero ninguno tenía cura para
su mal.
Por aquel tiempo, las hermanas de Antonio
migraron a España y, con esfuerzo, trasladaron a su madre a un hospital en
Europa. Ahí le diagnosticaron una enfermedad llamada poliquistosis renal, la
que no solo afectaría su vida, sino también la de sus hijos. Esta enfermedad
que destruía los riñones, se convirtió en el calvario de su familia.
Aún sin conocer la noticia, Antonio decidió
entregarse al Señor. Un grupo de cristianos que lo visitaban constantemente en
Malabo le presentaron la Palabra de Dios. Por esa razón, atesoró los textos
bíblicos que aliviaron los golpes de la vida y lo unieron a la iglesia del
Movimiento Misionero Mundial en 1994.
Cuando sus hermanas regresaron de España
para dar a conocer el estado de su madre, advirtieron a sus hermanos que debían
realizarse un análisis para descartar la enfermedad. Uno a uno fueron
diagnosticados con el mismo mal.
En el 2002 falleció la madre, y Antonio,
acongojado por el dolor, solicitó su cambio como Pastor a la ciudad y fue
aceptada su petición. Todos vivían preocupados por la enfermedad.
Pocos años después, la muerte los
sorprendería una vez más. Su hermano mayor falleció a causa del mismo mal. Por
esta razón, en el 2003, sus hermanas invitaron a Antonio a España para
realizarse los análisis respectivos.
Fue entonces que recibió la fatal noticia.
Sus riñones estaban llenos de quistes. “En esa condición, ¿mi hermanito podrá
seguir con vida?”, preguntó su hermana al médico. “Lamentablemente, por las
condiciones en África, no podrá mantenerse mucho tiempo con vida”, dijo el
médico. Entonces, echaron a llorar.
LA FE VENCE
Según los médicos, un cuerpo devastado por
la enfermedad debía estar sin vida. Sin embargo, Antonio vivía. Regresó a
Guinea Ecuatorial para un retiro pastoral en Malabo. Era el 2004. Frustrado aún
por su condición, llegó al templo y se entregó a la oración profunda. De
rodillas, clamando a Dios, le dijo: “Señor, mi madre murió a causa de esa
enfermedad, mi hermano mayor también murió, mi otro hermano está infectado y
ahora yo. Por favor, haz un milagro en nuestras vidas”. Postrado en el último
lugar de las filas, lloraba.
Mientras todos oraban, él tuvo una visión.
Dos personajes de blanco resplandeciente traían consigo una camilla y se
acercaron a él: “Antonio –le dijeron–, ya te hemos operado. Tu enfermedad ha
sido sanada por Dios”. Al oír estas palabras, Antonio comenzó a temblar.
Después de esta experiencia, Antonio dijo
en su corazón: “Señor, la obra que has hecho en mi vida no la contaré a nadie,
a ningún pastor”. El pastor Edelmiro Ivina Dicombo, responsable de la iglesia
en Guinea Ecuatorial y parte de la oficialidad en África, prosiguió con el
culto.
Desde el altar, el pastor Edelmiro lo llamó
diciendo: “Antonio, el Señor me dice que ha obrado ahora mismo en tu vida, ven
aquí a testificar en el altar”.
Su otro hermano, a pesar de ver la maravilla
realizada en Antonio, no aceptó a Dios debido a la muerte de su madre y su
hermano mayor. Tiempo después, en el 2015, falleció.
Antonio volvió a España en el 2016, fue a
visitar a una de sus hermanas afectada por el terrible mal. Por la gracia de Dios,
ella recibió al Señor como su Salvador.
Desde ese momento esperó para un
trasplante, y meses después la llamaron para la operación. Ahora ella está
bien, sana, al igual que su hermano. “Estoy completamente sano por la gracia de
Dios, atrás quedaron los intensos dolores e hinchazones en el vientre”, dice
Antonio.
El hombre de Dios sigue adelante mirando
solo al Señor. Confía en Él con todo su corazón. Dios le ha concedido una
esposa y seis hijos, que son su bendición. Ahora se pregunta: “¿Qué diría el médico
que me revisó al verme vivo y sano? Diría: ‘Ahí viene un muerto, un
fantasma’…”.
Fuente: impactoevangelistico.net
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