jueves, 20 de septiembre de 2018

El Milagro De Un Enfermo Terminal

EL MILAGRO DE UN ENFERMO TERMINAL

Fue condenado a una muerte temprana a causa de un mal congénito que llevó a la tumba a su madre y hermanos. Antonio Gabriel Yumbo Mofuman, natural de Guinea Ecuatorial, salvó milagrosamente de una enfermedad que consumía sus riñones. Se hizo predicador de la Palabra del Señor. Está vivo para contar aquella maravilla de Dios.

Meses o quizás solo días le quedaban a Antonio luego de comprobar que padecía la misma enfermedad que mató a su madre y hermano. La fría sala de un hospital era el lugar del diagnóstico final: su pronta muerte.
Acurrucado sobre el hombro de su hermana, el joven lloró cuando supo la noticia. Su condición era grave, tenía los riñones totalmente afectados; sin embargo, para sorpresa de los médicos seguía con vida. Era el año 2003 y, para entonces, Antonio era un siervo de Dios. Enfrentó su sombría enfermedad en silencio y de rodillas, a los pies del Salvador.
Antonio Gabriel Yumbo Mofuman nació en Guinea Ecuatorial, un país asolado por la corrupción y la pobreza extrema en el continente africano. El último hijo de la familia vivió en las condiciones más humildes en una casita en el pueblo de Mokoga, distrito de Bata.
Abandonado por su progenitor, quien era extranjero y poseía otra familia, tuvo una infancia con mucho sufrimiento. Cada día era una lucha constante para su madre, quien tuvo que cargar la responsabilidad de cuidar sola de sus menores hijos. La extrema pobreza obligó a los hermanos mayores a salir a buscar un trabajo para conseguir la comida.
A los doce años, Antonio enrumbó su propio camino. Ayudar a su familia se convirtió en su motivación de vida. Dejó la escuela y comenzó a trabajar realizando ciertas actividades que le permitían llevar un pan a la mesa de su hogar. Aunque los pesados sacos en el puerto maltrataran su espalda, el preciado pago en monedas o pescados aliviaba su dolor.
Parte del día recorría el puerto, unas veces cargando sacos de caracol, pescados, u otra especie marina; otras veces ayudaba a los pescadores a tirar las redes. En casa no había forma de sobrevivir y debía buscar el modo de salir adelante.
TIEMPO DE ROBAR
Sin embargo, la calle no solo le enseñó a trabajar. En el vaivén de la vida el niño tropezó con gente de mal vivir que entorpeció su camino y lo hizo mirar lo ajeno. Llegó a formar parte de un grupo de delincuentes llamados “los mogdoni”, que cargaban mochilas para robar en los supermercados.
La policía les rastreaba las huellas y capturó uno por uno a sus cómplices, pero Antonio nunca fue detenido y siguió robando unos meses más, hasta que su hermano mayor lo llevó a estudiar en Malabo, la capital de Nueva Guinea, en busca de un mejor futuro. Cansado de la vida delincuencial aceptó la propuesta.
LA MUERTE ALLÍ
Poco o nada le duró el cambio. A los pocos meses, abandonó nuevamente sus estudios y volvió a su pueblo para cuidar de su madre, que había enfermado y permanecía postrada en cama.
Dejando de lado las consultas médicas, la madre había preferido a curanderos y brujos, quienes culpaban del mal al enfado de su abuelo muerto hace un tiempo. ¿Cómo podía eso ser una razón para su padecimiento? Había consultado a más de 10 brujos, pero ninguno tenía cura para su mal.
Por aquel tiempo, las hermanas de Antonio migraron a España y, con esfuerzo, trasladaron a su madre a un hospital en Europa. Ahí le diagnosticaron una enfermedad llamada poliquistosis renal, la que no solo afectaría su vida, sino también la de sus hijos. Esta enfermedad que destruía los riñones, se convirtió en el calvario de su familia.
Aún sin conocer la noticia, Antonio decidió entregarse al Señor. Un grupo de cristianos que lo visitaban constantemente en Malabo le presentaron la Palabra de Dios. Por esa razón, atesoró los textos bíblicos que aliviaron los golpes de la vida y lo unieron a la iglesia del Movimiento Misionero Mundial en 1994.
Cuando sus hermanas regresaron de España para dar a conocer el estado de su madre, advirtieron a sus hermanos que debían realizarse un análisis para descartar la enfermedad. Uno a uno fueron diagnosticados con el mismo mal.
En el 2002 falleció la madre, y Antonio, acongojado por el dolor, solicitó su cambio como Pastor a la ciudad y fue aceptada su petición. Todos vivían preocupados por la enfermedad.
Pocos años después, la muerte los sorprendería una vez más. Su hermano mayor falleció a causa del mismo mal. Por esta razón, en el 2003, sus hermanas invitaron a Antonio a España para realizarse los análisis respectivos.
Fue entonces que recibió la fatal noticia. Sus riñones estaban llenos de quistes. “En esa condición, ¿mi hermanito podrá seguir con vida?”, preguntó su hermana al médico. “Lamentablemente, por las condiciones en África, no podrá mantenerse mucho tiempo con vida”, dijo el médico. Entonces, echaron a llorar.
LA FE VENCE
Según los médicos, un cuerpo devastado por la enfermedad debía estar sin vida. Sin embargo, Antonio vivía. Regresó a Guinea Ecuatorial para un retiro pastoral en Malabo. Era el 2004. Frustrado aún por su condición, llegó al templo y se entregó a la oración profunda. De rodillas, clamando a Dios, le dijo: “Señor, mi madre murió a causa de esa enfermedad, mi hermano mayor también murió, mi otro hermano está infectado y ahora yo. Por favor, haz un milagro en nuestras vidas”. Postrado en el último lugar de las filas, lloraba.
Mientras todos oraban, él tuvo una visión. Dos personajes de blanco resplandeciente traían consigo una camilla y se acercaron a él: “Antonio –le dijeron–, ya te hemos operado. Tu enfermedad ha sido sanada por Dios”. Al oír estas palabras, Antonio comenzó a temblar.
Después de esta experiencia, Antonio dijo en su corazón: “Señor, la obra que has hecho en mi vida no la contaré a nadie, a ningún pastor”. El pastor Edelmiro Ivina Dicombo, responsable de la iglesia en Guinea Ecuatorial y parte de la oficialidad en África, prosiguió con el culto.
Desde el altar, el pastor Edelmiro lo llamó diciendo: “Antonio, el Señor me dice que ha obrado ahora mismo en tu vida, ven aquí a testificar en el altar”.
Su otro hermano, a pesar de ver la maravilla realizada en Antonio, no aceptó a Dios debido a la muerte de su madre y su hermano mayor. Tiempo después, en el 2015, falleció.
Antonio volvió a España en el 2016, fue a visitar a una de sus hermanas afectada por el terrible mal. Por la gracia de Dios, ella recibió al Señor como su Salvador.
Desde ese momento esperó para un trasplante, y meses después la llamaron para la operación. Ahora ella está bien, sana, al igual que su hermano. “Estoy completamente sano por la gracia de Dios, atrás quedaron los intensos dolores e hinchazones en el vientre”, dice Antonio.

El hombre de Dios sigue adelante mirando solo al Señor. Confía en Él con todo su corazón. Dios le ha concedido una esposa y seis hijos, que son su bendición. Ahora se pregunta: “¿Qué diría el médico que me revisó al verme vivo y sano? Diría: ‘Ahí viene un muerto, un fantasma’…”.
Fuente: impactoevangelistico.net   

0 comentarios:

Publicar un comentario