Dean C. Waldt
era un niño estadounidense que vivía en una familia acomodada de New Jersey. Su
vida, como él mismo dice, era “regular y constante”, sin altibajos. Cada
domingo acompañaba a sus padres y a sus tres hermanos mayores a la Iglesia
presbiteriana de su barrio, aunque sin mucha fe. “Los jóvenes de la parroquia
nos reuníamos los domingos por la noche. Íbamos en un 20% por los estudios
bíblicos, y en un 80% por las chicas”, ha contado Dean a ComingHomeNetwork.
"Sentí
la llamada al ministerio"
Siendo el menor de cuatro hermanos, Dean siempre se sintió a la
zaga. “Mis hermanos decidieron hacer la carrera militar. Yo, mientras, seguía
en casa pensando qué hacer”, explica Dean. “Finalmente me di cuenta de que lo
mío era estudiar”. Durante el último curso de instituto, Dean decidió iniciar
la carrera de derecho, pero un año más tarde decidió cambiarse a filosofía y
religión. “Durante mi primer año de carrera sentí la llamada al ministerio”,
cuenta. “No me lo planteé mucho, simplemente parecía lo correcto”.
Y así, con una fe algo tibia, Dean continuó sus estudios,
estudios que se le daban muy bien. “Nada se me resistía: estudios bíblicos,
teología, filosofía, historia… Devoraba libros y conseguía las mejores notas.
Me gradué con honores y recibí una distinción por ser el mejor de mi promoción.
Después fui directamente al seminario de California”.
Allí Dean conoció a la que sería su futura esposa (los pastores
presbiterianos no tienen voto de celibato). “Mientras seguía mis estudios en
Los Ángeles, trabajé como jefe del grupo joven de una iglesia presbiteriana”,
cuenta Dean. “Allí pude proclamar mis primeros sermones”. Gracias a su
habilidad con los estudios, Dean obtuvo su título un semestre antes de los
previsto y volvió a New Jersey.
Jesús
era una figura lejana, un jedi de hace mucho tiempo
Sin embargo, Dean comenzó a sentir que ser pastor no era lo
suyo, no sentía a Dios en su corazón. “Me encantaban los estudios y el ambiente
académico, pero evangelizar no me gustaba tanto. Para mí Jesús seguía siendo
como un jedi espiritual: un tipo inspirador, pero de hace mucho tiempo y de un
lugar muy, muy lejano”.
Pese a este sentimiento, Dean comenzó a llevar una pequeña
parroquia de barrio, aunque no duró mucho. “Durante el primer año daba los
sermones impresionantes e ilusionantes en los que había estado pensando durante
la carrera y el seminario, pero el mundo no cambiaba. Pronto empecé a pensar
que Dios no me escuchaba”, recuerda Dean.
“Luego vinieron los típicos líos mundanos de la parroquia de
quién no habla con quién, o cuándo poner tal reunión, o que tenía que ir a ver
a la típica señora hipocondriaca a su casa porque daba mucho dinero a la
parroquia”.
Después de tan solo dos años, Dean se hartó, renunció a su
ordenación, y abandonó la parroquia.
Para poder ganarse la vida, Dean siguió estudiando en la escuela
universitaria de derecho de Villanova. “Mirándolo en retrospectiva, me alegro
de haber pasado por allí.
Conocí a los católicos por primera vez en mi vida. Algunos eran
más practicantes, otros menos... sin embargo me llevé una grata sorpresa. Como
protestante yo tenía la idea de que el catolicismo era algo medieval y pasado
de moda. Sin embargo, me encontré con gente moderna y normal”, explica Dean.
Una
vez que llegas a la cima, no hay nada
A partir de ahí, la vida profesional de Dean comenzó a ser un
éxito, pero su vida espiritual decayó. Trabajaba muchas horas al día en un
despacho de abogados prestigioso del centro de la ciudad, y como no tenía
tiempo, dejó de ir a la iglesia.
"Durante ocho años fui escalando a la cima de mi carrera
profesional, de éxito en éxito. Sin embargo, lo que nadie te dice es que cuando
llegas a la cima, no hay nada”, cuenta Dean. “No podía más".
"Un sábado ventoso me puse de rodillas en mi sala de estar
y recé a Dios: “no puedo escapar de ti”, le dije, “me rindo”.
Volver a la iglesia fue duro para Dean. Le costó un año, pero ya
no tenía los sentimientos de rechazo de antes, y se sentía un poco más cerca de
esa figura tan lejana que para él era Jesús. “Por aquel entonces mi mujer,
Linda, llevaba un pequeño grupo de estudios bíblicos para jóvenes. Había
algunos chicos católicos que también venían, y hablé con sus sacerdotes en un
par de ocasiones”.
“Me acuerdo que, en nuestras charlas teológicas, yo me sentía
cómodo en el terreno de lo intelectual y lo filosófico”, recuerda Dean. “Sin
embargo, al saltar al terreno de lo místico me daba cuenta de que ellos
parecían saber algo que yo no conocía. No sabía lo que era, me volvía loco”.
Dean comenzó a entonces a hacer lo que mejor se le daba: estudiar el
catolicismo. Compró varios libros de los Santos Padres, una copia en inglés de
la Summa Theologiae de Santo Tomás de Aquino, un Catecismo de la Iglesia
Católica e incluso revisó los documentos del Concilio del Vaticano II; todo por
intentar conocer aquello que se le escapaba. “Mi mujer me llamaba loco”,
comenta Dean. “Era el único de la playa que tenía varios libros, documentos y
un par de marcadores fosforitos”.
El
valor del ejemplo
De esta forma, Dean llegó a la conclusión de que aquello por lo
que “protestaba” Lutero ya no existía. La Iglesia Católica se había reformado
hace mucho tiempo y ahora estaba mejor que nunca. “Aun así, no fue hasta que
leí las vidas de San Juan Pablo II y Benedicto XVI que me decidí a ir a una
misa católica”, explica Dean. “Su ejemplo era directo y apremiante. Eran imagen
de Jesús”.
Así, una mañana de domingo, antes de ir a enseñar en la Iglesia
Presbiteriana a cien adultos, Dean entró en una misa católica. “Era de los
agustinos. Me senté atrás del todo y pensé: “por fin me voy a enterar de qué
está ocurriendo aquí”. Oficiaba la misa el padre Michael, que más tarde se
convertiría en el director espiritual de Dean.
“Primero se leyeron las lecturas, y después el padre Michael dio
su homilía. Fue un inesperado banquete teológico”.
Jesús
en persona
“A continuación, cantamos todos juntos un himno que reconocí de
los evangelios; pero no lo leíamos como una historia, lo cantábamos como si
estuviera pasando aquí y
ahora”, explica Dean. Pero lo más impresionante aún no había
ocurrido, faltaba la Consagración. “De repente el padre Michael habló, las
campanas sonaron, y Jesús apareció en persona. Estaba allí de verdad. Es
imposible expresarlo con palabras, pero lo sentí con cada fibra de mi ser”.
“Entonces me di cuenta”, reconoce Dean. “Este es el Jesús que
había buscado durante toda la vida”. En 2008 Dean abandonó la Iglesia
Presbiteriana y entró en la Católica un año después. “Ahora sí que estaba en
casa”.
Las reacciones no se hicieron esperar. “A mi familia le pareció
bien”, comenta Dean. “Ya tenía algunos familiares católicos. Entre mis
parroquianos había diversidad de opiniones: unos me apoyaron e incluso
quisieron venir a misa conmigo, otros pensaron que me había vuelto loco, y un
grupo pequeño me llamó traidor y chaquetero”.
“Después de toda esta experiencia, rezo mucho por mis antiguos
hermanos en la fe”, explica Dean. “Les animo a que, como hice yo, vengan a misa
y vean como es. No pasa un día sin que sienta una profunda gratitud por mi
conversión”.
Dean ha publicado hace poco un libro llamado "When the Echo
Dies / Marriage is unconstitutional: America at Risk" ("Cuando el eco
muere / El matrimonio es inconstitucional: América en peligro"), en el que
avisa sobre la crisis creada por la corte federal y sus decisiones sobre los
matrimonios del mismo sexo.
Fuente:
Religion En Libertad
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